Alguien tenía que haber calumniado a Josef K., pues fue detenido una mañana sin haber hecho nada malo. La cocinera de la señora Grubach, su casera, que le llevaba todos los días el desayuno a su habitación a eso de las ocho de la mañana, no había aparecido. Era la primera vez que ocurría algo semejante. K esperó un rato más.