Cuando se predica la Palabra de Dios, el Espíritu lleva ese mensaje al corazón del pecador, y lo convence de pecado, de justicia y de juicio (Juan 16:11). Es el agente convicto de Dios en este mundo. Él es el que presiona; es el que hace que la gente se estremezca en sus asientos; Él es el que trae lágrimas a los ojos.