Respuesta :
Agua para no beber. Aire que mejor no respirar. Un pueblo pobre, sobre montañas de oro. Son algunas de las contradicciones de Andalgalá, una localidad catamarqueña de 17 mil habitantes, a 240 kilómetros de la capital provincial, donde funciona desde hace diez años la mina de oro y cobre más grande de Argentina y una de las más importantes del mundo. La empresa, Minera Alumbrera, de un consorcio suizo canadiense, es denunciada por los pobladores de contaminar la tierra, el aire y el agua. Espacios sociales, gubernamentales y judiciales del noroeste argentino advierten que la contaminación afectaría a tres provincias: Catamarca, Tucumán y Santiago del Estero, pero el mayor desastre –-advierten– comenzaría en breve: una nueva mina, tres veces más grande, aún más cerca del pueblo y en las cumbres que proveen agua a toda la región. Los Vecinos Autoconvocados aseguran que será el tiro de gracia para el pueblo. Piden un plebiscito al estilo Esquel. Crónica desde Andalgalá: caso testigo de la minería metalífera a gran escala.
Suelos ricos, pueblo pobre
Cinco horas de micro desde San Miguel de Tucumán. Seis desde San Fernando del Valle de Catamarca. Siempre por rutas destruidas, ripio al borde del precipicio, clima desértico. Paisaje de postal. Andalgalá no es pueblo, es una ciudad. En su centro urbano hay supermercados, celulares que se ofertan en muchas vidrieras, banda ancha a cada cuadra, muchas farmacias, varias 4 X 4. También hay un profesorado que se cae a pedazos y le escasea el techo, un solo hospital que siempre tiene colas con varias horas de espera y barrios que nada se diferencia de los caídos del mapa del conurbano bonaerense. La plaza principal de Andalgalá cumple con la regla de toda localidad de la Argentina profunda: es el epicentro del centro urbano, frente se ubica la Iglesia (enorme), a pocos metros la municipalidad y la comisaría. Todos se saludan en la plaza, la calle o los bares. Todos saben qué hace el otro y también todos saben qué postura tiene el vecino en torno a la minería. Unos pocos trabajan en la empresa; cobran un promedio de 2.000 pesos. Suma que asegura prosperidad para los agraciados (en una zona donde la desocupación supera a la media nacional) y también asegura fidelidad al patrón.
En las calles se comprueba que los adultos y los niños son mayoría, lejos. Hay pocos jóvenes. La generación de 20 a 30 años pareciera haberse fugado en busca de ese trabajo que escasea. Los autos estacionados con vidrios bajos y estéreos tentadores no corren peligro. Hay pocas rejas. Ninguna casa tiene alarma. Todo con un prolijo y limpio asfalto gris. En el horizonte se imponen las montañas que esconden, detrás, lo que todos hablan: el oro, el cobre y las instalaciones de uno de los yacimientos más importantes del mundo. Sólo vehículos 4×4 o motos enduro pueden espiar la riqueza que guarda el paisaje lunar del noroeste argentino.
De una u otra forma, todo el tiempo la minería puede ser tema de conversación en Andalgalá: en un bar, el cronista almuerza un cordero sabroso. Un vecino antiminería mira con recelo y, cuando ya ganó algo de confianza, arruina el almuerzo: “Es barato ¿no? Por que es de la zona de Alumbrera. Pocos se animan a esa carne”.
“Hace diez años yo di la bienvenida a la Alumbrera. Creía que era signo de progreso. Todos estábamos felices. Pero fue el error de mi vida. Todo fue mentira: no dieron trabajo, trajeron más pobreza y contaminaron todo. Nos están matando, en serio, se lo juro”, confiesa con mirada perdida Urbano Cardozo, un jubilado andalgalense que evalúa vender su casa y mudarse donde la contaminación no lo alcance. Junto a una veintena de vecinos milita para que Alumbrera “pague por el desastre que hizo y que no se instale” el nuevo proyecto. “Será la muerte del pueblo”, asegura.
Los Vecinos Autoconvocados de Andalgalá son docentes, jubilados, comerciantes, obreros de la construcción y amas de casa que aprendieron de fórmulas químicas, historia, procesos de extracción, leyes ambientales y beneficios impositivos que gozan las compañías. “Es David y Goliat”, resumen desde una de las provincias más pobres del país. Enfrente ubican a las multinacionales mineras más importante del mundo: la suiza Xstrata (50 por ciento del paquete accionario) y las canadienses Goldcorp (37,5 por ciento) y Northern Orion (12,5); al Estado en sus tres niveles –-municipal, provincial y nacional– y una comunidad dividida en torno a la empresa: familias desmembradas, hermanos que no se hablan, amigos de toda la vida hoy distanciados, comerciantes que perdieron clientes por oponerse a la minería, vecinos que ni se miran. Un pueblo donde la minera, como la polémica, afecta a todos.