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Explicación:
En 1963, mientras Picasso andaba aún liado en París con uno de los retratos de Jacqueline, su segunda mujer, en Ruesta, un pueblecito perdido de Zaragoza, los hermanos Gudiol, llamados por el sacerdote Jesús Auricenea, arrancaban los frescos de la ermita de San Juan Bautista. Debajo del rostro del pantocrátor "descubrieron una pintura, un arrepentimiento del artista". "Ese rostro se ha convertido en una de las piezas emblemáticas de la colección", explica Belén Luque, la directora del Museo Diocesano de Jaca, señalando la comparación ineludible con el pintor malagueño y el estilo cubista. Solo que el pantocrátor anónimo tiene mil años y aún es un misterio a qué se debió el arrepentimiento del artista